Valencia corre rápido ahí abajo. En la calle, la vida no para: el tráfico, las compras, la energía inagotable de la ciudad. Pero tú tienes el privilegio de mirarla desde arriba, apoyado en tu balaustrada de piedra original, bajo la atenta mirada de las esculturas que adornan tu fachada.
Bienvenido a un piso que no se visita; se explora.
Al cruzar la puerta de esta vivienda de 1930, olvida el concepto de "reforma integral". Piensa en restauración artística. Aquí, el valor no está en lo que vas a poner nuevo, sino en lo que vas a tener la sabiduría de conservar.
Baja la vista. Tus pies no tocan un suelo cualquiera. Recorrer esta casa es caminar sobre una alfombra infinita de mosaico hidráulico que cambia con cada habitación.
En el salón, patrones geométricos en ocres y grises que delimitan el espacio mejor que cualquier alfombra persa.
En las habitaciones, delicados copos de nieve sobre terracota o medallones turquesas que parecen pintados a mano ayer mismo. Están intactos, vibrantes, esperando a ser pulidos para brillar otros 100 años.
Ahora, mira hacia arriba. La altura de los techos te da aire, pero son los detalles los que te roban el aliento. No son techos lisos; son lienzos de escayola. Guirnaldas de frutas en las esquinas, molduras con lazos entrelazados y rosetones centrales que piden a gritos una iluminación moderna que resalte su relieve.
El Proyecto. Sí, los cables cuelgan y las paredes piden pintura. Pero la estructura de l
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