Vivir en la Plaza de los Tres Reyes, asomado al Foro Romano, no es vivir “en el centro”: es instalarse sobre la vieja Carthago Nova, justo donde aún asoman el decumano y las estancias de aquel barrio romano que fue corazón cívico de la ciudad, con termas, templos y vida cotidiana hace casi dos mil años. Desde la octava planta, Cartagena no es un paisaje, es algo que tienes a tus pies: las ruinas del foro casi tocando los balcones, las colinas que cierran la bahía como un anfiteatro, las cúpulas de las iglesias levantándose entre tejados desparejos y, al fondo, una línea de mar que algunos días aparece plomiza y otros azul descarado. Frente a ti, marcando la fachada de la ciudad, el Gran Hotel modernista, el edificio más icónico de Cartagena, vigilándote desde enfrente; y, por cierto, la fachada de tu propio edificio fue renovada completamente por Restauralia hace apenas tres años, así que por fuera también juega en otra liga. Dentro, la épica se vuelve cómoda: tres dormitorios donde cabe una familia, un despacho o esa mezcla de vida y trabajo que muchos buscan, dos baños completos que evitan guerras a primera hora, un salón a poniente que por las tardes se llena de una luz lenta, casi de cine, y un balcón-terraza en el que es fácil perder la noción del tiempo mirando el Molinete, la Calle Jara, la Calle Honda y el ir y venir del casco histórico. El piso está en buen estado, sin teatro, listo para entrar a vivir y hacerlo tuyo sin necesidad de disfrazarlo. Y alrededor, la vida de verdad: Semana Santa bajando por tus calles, con procesiones ordenadas y brillantes; las Fiestas de Carthagineses y Romanos llenando la ciudad de legiones, túnicas y campamentos; festivales como La Mar de Músicas, el jazz, conciertos, cultura al aire libre, terrazas abiertas todo el año, comercios de proximidad, servicios, un centro histórico vivo pero seguro, donde aún se ve a los vecinos saludarse al cruzarse. A unos metros, el Centro Médico Casco Antiguo, para tener la sanidad básica prácticamente a la vuelta de la esquina. No es solo un piso con vistas; es esa rara combinación de historia bajo las ventanas, servicios a mano, alegría de ciudad mediterránea y la sensación de que, mientras vivas aquí, Cartagena entera va a quedarte siempre a distancia de un paseo.
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